En 2007, el prestigioso escritor de la posguerra europea Walter Laqueur publicó The Last Days of Europe, un lúcido estudio sobre las causas de la decadencia europea. El libro no ha sido publicado todavía en España, donde la corrección política se impone.
Laqueur trata de dar respuesta a la cuestión de qué ocurre en una sociedad cuando bajos índices de natalidad sostenidos, envejecimiento, se juntan con una inmigración incontrolada. El autor cree que Europa, dada su debilidad, jugará, en el futuro, un modesto papel en los asuntos mundiales, a la vez que muestra su certeza de que será algo más que un museo de pasadas gestas culturales, para el solaz de turistas asiáticos. Por supuesto que España no se escapa de su agudo análisis y deja constancia de su role en el “landslide” europeo.
El contexto sociocultural que expone Laqueur, es motivo para reflexionar sobre las singularidades que aquejan a España y que no comparte con ningún país de Europa, lo que su hace de su situación algo particularmente grave:
- En España, a los 30 años de aprobarse una constitución democrática, el modelo de estado sigue sin cerrase, lo que se ha traducido en una dinámica de descomposición. En un arrebato de originalidad se puso en práctica un modelo excepcional en el constitucionalismo comparado: se inventó el “estado de las autonomías”. Su materialización ha consistido en ir desposeyendo, paulatinamente y sin pausa, al Estado de sus competencias, creando a la vez fronteras interiores basadas en exclusivismos artificiales y en diferentes niveles de bienestar.
- España es el único país de Europa con un terrorismo propio, de carácter secesionista, donde sus miembros y simpatizantes están en las instituciones del estado y reciben ayuda de los presupuestos públicos.
- En España, se relativiza, o se niega el concepto de nación, impulsado por un “status” de idiocia política que permite la puesta en manos de exiguas minorías independentistas resortes políticos que cualquier estado con un mínimo sentido de la supervivencia no osaría considerar, ni tan siquiera en tono de broma, su transferencia a las regiones. Ejemplo: la educación.
- Y, sobre todo, existe un hecho de enorme importancia social: el pueblo español cree que vive en una democracia consolidada. Las ”élites” políticas españolas trasmitieron al pueblo que se había terminado con éxito la “transición política” y que todos se habían convertido en “demócratas de toda la vida”. Se había conseguido un hecho espectacular, lo que otras naciones habían tardado siglos en alcanzar, España lo había conseguido en una década prodigiosa. Se instaló en la opinión pública la certeza que era madura y estaba bien informada, que había una clase política experta y con sentido de estado, que funcionaba la separación de poderes y actuaba como la fortaleza de la democracia, dado el vigor y prestigio de sus instituciones. Todo era una falacia.
Un largo periodo de crecimiento económico y bienestar material enmascaró durante años la metástasis que corroía el cuerpo nacional. El fin de los sueños se produjo el 11 de marzo de 2004. Un ataque, posiblemente por parte de un actor no estatal, en forma de acción terrorista, iba a poner de manifiesto la enfermedad terminal que aquejaba a España. La sociedad lo encajó como un “atentado”, un hecho al que estaba acostumbrada por las innumerables acciones de ETA y que tenía su liturgia particular. Empieza con el estupor e indignación, sigue con las condenas, las manos blancas a continuación y, después, el olvido, hasta el siguiente.
Pero esta vez, el ataque era de carácter “apocaliptico”, no era “selectivo” como los anteriores. Tenía un objetivo claro, destruir España como actor estratégico. Los casi doscientos muertos y los cientos de heridos, efecto material del ataque, sólo eran el catalizador para alcanzar los efectos estratégicos, los terroristas habían finalizado su trabajo. Los creadores de opinión pública y la puesta en práctica de una política diferente se encargarían de materializar esos efectos. El pueblo español se encogió. No había sido casual que España fuese elegida como blanco. La debilidad de sus instituciones y la vulnerabilidad de su opinión pública, la hacían pieza adecuada para asestar un duro golpe al mundo occidental, suprimiendo a uno de sus peones.
A partir del 11 de marzo de 2004, España desapareció como actor estratégico y se volvió hacia si misma, como había hecho en los dos siglos anteriores. Una ola de “catetismo” invadió el país. La fabricación de “diferencias” entre regiones se acentuó, “la España plural”, a la vez que la Constitución se adaptaba convenientemente a las circunstancias. Se apeló a la “memoria histórica”, como si de la Guerra Civil al posmodernismo de principios del siglo XXI no hubiese ocurrido nada, y se articuló una política de “ampliación de derechos” que no era más que ingeniería social, al más puro estilo orwelliano.
El 11 de marzo de 2004 se convirtió en fecha incómoda. La sociedad española no consideró la acción terrorista un ataque a su integridad, sólo una retribución por una errónea política exterior. Cualquier estado moderno que sufriese una agresión semejante habría empleado los resortes adecuados para conocer quien promovió el ataque y a quien beneficiaba, en el ámbito internacional, para actuar en consecuencia. Pero a una sociedad que se le había inoculado el “no a la guerra”, no podía concebir que alguien emplease la violencia organizada para alcanzar fines políticos. La solución fue aplicar el procedimiento penal, aunque era, a todas luces, insuficiente. La “verdad judicial” aclararía el hecho. Hoy se conoce dicha verdad, pero poco se sabe de quien ordenó el ataque y a quien benefició en el ámbito internacional. La opinión pública, dirigida por su clase política y por los medios de comunicación, olvida.
Como señala Laqueur, Europa esta enferma. El bajo nivel de natalidad y una inmigración descontrolada, es un cóctel letal para el ser europeo y para cualquier sociedad. España sufre esa enfermedad y, además, su propia deriva centrífuga, que puede acelerarse al ampliarse las desigualdades sociales por la crisis económica. Su sociedad está enferma y su mediocre clase política es incapaz de encontrar el tratamiento adecuado ya que, sin excepciones, se embarca en una huida hacia delante, alabando el “estado de las autonomías” y evitando las referencias éticas.
Si no se reacciona, todo hace indicar que The last days of Spain precederán a los del resto de Europa.
Laqueur trata de dar respuesta a la cuestión de qué ocurre en una sociedad cuando bajos índices de natalidad sostenidos, envejecimiento, se juntan con una inmigración incontrolada. El autor cree que Europa, dada su debilidad, jugará, en el futuro, un modesto papel en los asuntos mundiales, a la vez que muestra su certeza de que será algo más que un museo de pasadas gestas culturales, para el solaz de turistas asiáticos. Por supuesto que España no se escapa de su agudo análisis y deja constancia de su role en el “landslide” europeo.
El contexto sociocultural que expone Laqueur, es motivo para reflexionar sobre las singularidades que aquejan a España y que no comparte con ningún país de Europa, lo que su hace de su situación algo particularmente grave:
- En España, a los 30 años de aprobarse una constitución democrática, el modelo de estado sigue sin cerrase, lo que se ha traducido en una dinámica de descomposición. En un arrebato de originalidad se puso en práctica un modelo excepcional en el constitucionalismo comparado: se inventó el “estado de las autonomías”. Su materialización ha consistido en ir desposeyendo, paulatinamente y sin pausa, al Estado de sus competencias, creando a la vez fronteras interiores basadas en exclusivismos artificiales y en diferentes niveles de bienestar.
- España es el único país de Europa con un terrorismo propio, de carácter secesionista, donde sus miembros y simpatizantes están en las instituciones del estado y reciben ayuda de los presupuestos públicos.
- En España, se relativiza, o se niega el concepto de nación, impulsado por un “status” de idiocia política que permite la puesta en manos de exiguas minorías independentistas resortes políticos que cualquier estado con un mínimo sentido de la supervivencia no osaría considerar, ni tan siquiera en tono de broma, su transferencia a las regiones. Ejemplo: la educación.
- Y, sobre todo, existe un hecho de enorme importancia social: el pueblo español cree que vive en una democracia consolidada. Las ”élites” políticas españolas trasmitieron al pueblo que se había terminado con éxito la “transición política” y que todos se habían convertido en “demócratas de toda la vida”. Se había conseguido un hecho espectacular, lo que otras naciones habían tardado siglos en alcanzar, España lo había conseguido en una década prodigiosa. Se instaló en la opinión pública la certeza que era madura y estaba bien informada, que había una clase política experta y con sentido de estado, que funcionaba la separación de poderes y actuaba como la fortaleza de la democracia, dado el vigor y prestigio de sus instituciones. Todo era una falacia.
Un largo periodo de crecimiento económico y bienestar material enmascaró durante años la metástasis que corroía el cuerpo nacional. El fin de los sueños se produjo el 11 de marzo de 2004. Un ataque, posiblemente por parte de un actor no estatal, en forma de acción terrorista, iba a poner de manifiesto la enfermedad terminal que aquejaba a España. La sociedad lo encajó como un “atentado”, un hecho al que estaba acostumbrada por las innumerables acciones de ETA y que tenía su liturgia particular. Empieza con el estupor e indignación, sigue con las condenas, las manos blancas a continuación y, después, el olvido, hasta el siguiente.
Pero esta vez, el ataque era de carácter “apocaliptico”, no era “selectivo” como los anteriores. Tenía un objetivo claro, destruir España como actor estratégico. Los casi doscientos muertos y los cientos de heridos, efecto material del ataque, sólo eran el catalizador para alcanzar los efectos estratégicos, los terroristas habían finalizado su trabajo. Los creadores de opinión pública y la puesta en práctica de una política diferente se encargarían de materializar esos efectos. El pueblo español se encogió. No había sido casual que España fuese elegida como blanco. La debilidad de sus instituciones y la vulnerabilidad de su opinión pública, la hacían pieza adecuada para asestar un duro golpe al mundo occidental, suprimiendo a uno de sus peones.
A partir del 11 de marzo de 2004, España desapareció como actor estratégico y se volvió hacia si misma, como había hecho en los dos siglos anteriores. Una ola de “catetismo” invadió el país. La fabricación de “diferencias” entre regiones se acentuó, “la España plural”, a la vez que la Constitución se adaptaba convenientemente a las circunstancias. Se apeló a la “memoria histórica”, como si de la Guerra Civil al posmodernismo de principios del siglo XXI no hubiese ocurrido nada, y se articuló una política de “ampliación de derechos” que no era más que ingeniería social, al más puro estilo orwelliano.
El 11 de marzo de 2004 se convirtió en fecha incómoda. La sociedad española no consideró la acción terrorista un ataque a su integridad, sólo una retribución por una errónea política exterior. Cualquier estado moderno que sufriese una agresión semejante habría empleado los resortes adecuados para conocer quien promovió el ataque y a quien beneficiaba, en el ámbito internacional, para actuar en consecuencia. Pero a una sociedad que se le había inoculado el “no a la guerra”, no podía concebir que alguien emplease la violencia organizada para alcanzar fines políticos. La solución fue aplicar el procedimiento penal, aunque era, a todas luces, insuficiente. La “verdad judicial” aclararía el hecho. Hoy se conoce dicha verdad, pero poco se sabe de quien ordenó el ataque y a quien benefició en el ámbito internacional. La opinión pública, dirigida por su clase política y por los medios de comunicación, olvida.
Como señala Laqueur, Europa esta enferma. El bajo nivel de natalidad y una inmigración descontrolada, es un cóctel letal para el ser europeo y para cualquier sociedad. España sufre esa enfermedad y, además, su propia deriva centrífuga, que puede acelerarse al ampliarse las desigualdades sociales por la crisis económica. Su sociedad está enferma y su mediocre clase política es incapaz de encontrar el tratamiento adecuado ya que, sin excepciones, se embarca en una huida hacia delante, alabando el “estado de las autonomías” y evitando las referencias éticas.
Si no se reacciona, todo hace indicar que The last days of Spain precederán a los del resto de Europa.
5 comentarios:
Ojala se traduzca pronto ese libro y podamos leer, por que por lo que veo dice verdades como puños.
Verdades es lo que falta en la España de la actualidad.
Un saludo español...
País de necios. País de ciegos. Nada importa. Nada es sagrado para las nuevas generaciones. Nación, himno, sangre, raza, bandera, Dios. ¿Qué es augusto para las masas? ¿Paquirrín? ¿Madonna? ¿Donde esta la herencia de la nación que fuimos?.
Identidad perdida, sin orgullo.
Tu mensaje, Legionarius, no es profético. Es analista.
Y cuando España, junto con Occidente, ya no exista, dirán que al menos no sufrió.
Mi mas sincera felicitación por tu entrada.
y a cualquier que hables de este tema,que el pp tiene la culpa,que si la derecha.... necios,pero hay que reconocer que hoy en día no hay un partido con cojones!!.
Cuanto tiempo amigo desde que te tuvistes el enlace matrimonial no sabía nada de tí.
recibe un cordial saludo.
Eso es lo que hace falta Alter ego, un buen par sobre la mesa.
Un saludo español...
Publicar un comentario